Quercus va al grano. Y lo hace desde la primera página. No, lo hace desde el mismo titulo que ya nos adelanta una historia universal pero única, la que él nos va a narrar aunque a nosotros nos vaya a recordar a la nuestra o a otras muchas que sabemos ciertas porque los que las vivieron no pudieron dejar de contárnoslas. Pero ésta que vive en Quercus, es única y así nos la hace vivir su autor. Tras un par de páginas que desbordan belleza en las que se nos describe el otoño por su mutismo de pájaros, y su explosión de colores, y para que nos habituemos al olor y a la luz de la historia que vamos a leer, el autor ya nos presenta a Abel a quien de inmediato quisiéramos tomar de la mano. Y nos lo pone a correr solo unas pocas paginas después. Después de haber presenciado lo que jamás debería haber ocurrido, lo que no va a olvidar en toda su vida, lo que le va a convertir en un hombre salvaje que no acabábamos de entender cómo hacer para no perder la razón. Corremos con él, respiramos con
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Cartas a las novias perdidas
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